quinta-feira, julho 16, 2009
«Creo que cuando lo vea, todo el mundo va a pensar que es el final, por eso lo llamo el principio. Porque el comienzo es el final».
Desde luego, ante su magnífica escenografía de un mundo desesperado, el espectador cree encontrarse en el Apocalipsis. Le recibe un mapa que representa la región histórica del Creciente Fértil, que se corresponde con parte de los territorios del Antiguo Egipto, el Levante Mediterráneo y Mesopotamia. Es una tierra de ruinas, ligada al origen de Occidente y a las grandes religiones. Cuando se eleva el telón, aparecen impresionantes doce torres temblorosas como las doce tribus de Israel. El personaje principal es La Chekhina, que encarna al pueblo judío, y que camina errando entre las ruinas esperando en vano la venida del Mesías, recitando salmos de Isaías y Jeremías. «Son palabras que he tenido durante mucho tiempo en mi cabeza -dice Kiefer- es un lenguaje que tiene muchísima fuerza». Todo está recubierto de polvo, y surge Lilith, la heroína maléfica, pelirroja, demonio de los infiernos que aparece y desaparece.
Escombros de historia. Ajeno a toda trascendencia, en los dos laterales del escenario, el pueblo amontona ladrillos. Todo son mujeres, y «son las mujeres las que se encuentran en lo alto de los escombros de la Historia», retumba la voz. Kiefer recuerda a las Trümmerfrauen, alemanas de la posguerra que recogían los escombros y los limpiaban escrupulosamente, y vienen también a la cabeza las camas vacías de mujeres revolucionarias que expuso en el Guggenheim de Bilbao en 2007.
Las mujeres homogéneas, parte indiferente del paisaje, pican la piedra y van levantando un muro. Lentamente y en silencio. Éste se va construyendo a partir de restos; la obra entera, sobre la carencia de sentido, sobre la ausencia de consuelo. «Mi mundo es desesperado -repite Kiefer-. No podemos ver ningún sentido en el mundo, no sabemos dónde va. En mi arte yo sí creo un sentido, y, por ello, soy un ilusionista».
Mediante la razón. La segunda causa por la que esta obra se distancia de la sensibilidad actual es porque comunica mediante la razón. A un público que pide emociones rápidas y fuertes, que quiere sentir porque no está acostumbrado a pensar, Kiefer le propone una obra metafísica. La poética de Kiefer es simbólica, conceptual y narrativa. «Yo soy pintor -afirma el artista-. Lo primero que tuve en la cabeza fue el cuadro. Después descubrí a mi yo compositor. El cuadro tiene un impacto inmediato. Sin embargo, esta obra es como un libro».
posted by Luís Miguel Dias quinta-feira, julho 16, 2009