domingo, novembro 16, 2008
-Tuve una infancia feliz, con un padre que era muy madre, una madre sin ningún sentido común, y una abuela contadora de cuentos de terror que yo adoraba. Mirá, esta foto la sacó mi viejo.
La foto: ventana abierta, luz de verano y, en la habitación, sobre dos camas unidas, las manos en las manos, los muslos en los muslos, duermen seis de los siete hermanitos Martel.
-Nos habíamos quedado viendo una película de terror y nos fuimos a dormir espantados, así que juntamos las camas. Teníamos una abuela, Nicolasa, que nos contaba cuentos terroríficos. Hace años, cuando uno de mis hermanos tenía veinticinco, me quedé a dormir en su casa y vi que, para subir a la cama, él corría y pegaba un salto. Yo hago lo mismo y le pregunté: "¿Por qué hacés eso?". Y me dijo: "Soy un boludo. Todavía le tengo miedo a la mano peluda". La mano peluda era uno de los cuentos que nos contaba la abuela, una mano peluda que salía de abajo de la cama.
Se crió en un universo de siestas laxas, de caza y de pesca, de juegos en la calle hasta altas horas de la noche. Se crió con una madre -sin sentido común- que no veía problema en que a los cinco años la niña quisiera ir al kinder con los zapatos de su padre y una escopeta de juguete en bandolera o que a los trece se presentara en el colegio disfrazada de cowboy.
-Yo lideraba el grupito de mis hermanos. Jugué con ellos hasta que cumplí quince, haciendo cosas que hacen las personas de diez. Además, leía. Empecé a los nueve, cuando mi abuela me llevó a comprar un regalo y yo elegí un revólver y el Quijote para chicos. Nunca más dejé de leer.
En las películas de Lucrecia Martel los niños juegan, los niños duermen la siesta, los niños cazan y rezan. Pero nunca leen.
posted by Luís Miguel Dias domingo, novembro 16, 2008