segunda-feira, abril 04, 2005
recordaciones aladas (8)
"El arte se nos revelaba antes aún que la naturaleza. El arte dice Schiller que nació del juego y el juego es la vida del niño. El niño nece artista y suele dejar de serlo en cuanto se hace hombre. Y si no deja de serlo, es que sigue siendo niño.
El lenguaje mismo era un juguete; jugábamos con él. Una palabra nueva excitaba nuestra alegría, lo mismo que el encuentro de un nuevo bicho, aunque en general nos burláramos del que afectase hablar bien.
-Aivá! pa que se le diga... -era la expresión cuando alguno soltaba algún término que nos parecía rebuscado o leído en libros.
Y luego había lo de inventar lenguajes especiales que sólo dos o tres amigos entendían, y aquello de «Dipelepe ape Papecope quepe voype ape rompeperpelepe lospe moperrospe,» añadiendo pe, u otra sílaba, a cada una de las de la frase.
Nuestra literatura, la que se transmitía de niños sin contaminación de los mayores, la constutuían los cantares de corro y algunos cuentecillos breves y burlescos, o los chascos en que a una pregunta dada se exige una también dada respuesta que provoca la réplica.
De los que recuerdo, el cantar más melancólico, fuera del pimpinito susomentado, era aquel de:
Allí arribita / en los Arcos de Navarra, y asi!
en los Arcos de Navarra
vivía una santa doncella / Cátaliná se llamaba, y asi!
Cátaliná se llamaba.
Todos los días de fiesta / sú padre la castigaba, y asi!
sú padre la castigaba.
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Sú padre como era moro / sú madre una rabiada, y así!
sú madre una rabiada.
Mandó haser una rueda / dé cuchillos y navajas, y así!
dé cuchillos y navajas.
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No recuerdo más de ella, tal como nosotros la salmodiábamos.
Qué encanto atesoran esos temas seculares y universales de los cantos de corro de los niños! Trasmítense, como los cuentos infantiles, de generación a generación de niños, sin intromisión de mayores, en la corriente del verdadero y hondo progreso social. Como se aprenden y enseñan antes de saber leer y escribir, representan la verdadera tradición, la fundamental, la anterior al arte de la escritura, esa tradición que el documento nos impide comprender y sentir. Y esa tradición primitiva e infantil, clásica, se transmite más fielmente que la escrita. Cambian más los escritos al pasar de copista a copista o de escritor a escritor que los relatos orales al pasar de boca a boca. No hay copistas que la corrompan ni cristalicen. Los poemas homéricos no empezaron a estropearse así que por la escritura fueron fijados?
Y qué de variantes en estos cantos! y qué respeto litúrgico a la palabra, que en sí y por sí tiene valor! Recuerdo un canto que empezaba así:
Ambo ató, matarile rile rile.
Sólo mucho más tarde, supe que esas dos primeras misteriosas palabras, que tenían para nosotros todo el encanto que para los niños tienen las palabras puras, las palabras vírgenes, las palabras santas, esto es, las palabras que nada significan, eran la trasformación de las cinco primeras palabras de un cantar francés, de corro, que empieza: J`ai un beau château..."
Miguel de Unamuno, Recuerdos de niñez y de mocedad, Biblioteca Unamuno - Alianza Editorial, Madrid, 2002.
posted by Luís Miguel Dias segunda-feira, abril 04, 2005