domingo, abril 10, 2005
El arte de hacerse respetar (4)
Rembrandt van Rijn, Lucretia, 1664.
Máxima 8
"3) El de relación entre los sexos
c) El honor sexual
El honor sexual se divide en el honor de la mujer y el honor del hombre; el principal y más significativo de ambos es el de la mujer, ya que en la vida de ésta la relación sexual es la más importante. Consiste en la opinión general de los demás, respecto de la mujer soltera, de que no se ha entregado a ningún hombre; y respecto de la casada, de que sólo se ha entregado a aquel a quien fuera cedida por esposa. En cuanto al sexo masculino, consiste en la opinión de que si un hombre se entera de la infidelidad de su mujer, se separará inmediatamente de ella y, en general, la castigará lo más severamente posible.
Este tipo de honor detenta muchas diferencias con los restantes, y sólo se puede explicar y comprender a partir del comportamiento característico de cada género. El género femenino lo exige y lo espera todo del masculino, a saber, todo lo que anhela y necesita. El masculino le pide al femenino, en principio y de manera inmediata, sólo una cosa. De ahí que haya sido necesario crear la institución de que el género masculino pueda obtener la sola cosa que pide a cambio de asumir el cuidado del todo: institución en la que se cifra el bienestar de la totalidad del género femenino. Pero para lograr ese fin, el género femenino debe mantenerse unido y cultivar el esprit de corps: debe enfrentarse en bloque al conjunto del género masculino -que gracias a su supremacía intelectual y física es por naturaleza el propietario de todos los bienes terrenales-, como si de un enemigo común al que hubiera que derrotar y conquistar se tratase, de manera que, conquistándolo, pueda acceder a la posesión de los bienes terrenales. Éste es el fin de la máxima de honor de todo el género femenino, que consiste en que al masculino le sea denegado de plano cualquier comercio carnal fuera del matrimonio, siéndole en cambio autorizado el matrimonial -sin importar si las nupcias se contrajeran civilmente, como en Francia, o de manera eclesiástica-, para que todos se vean así forzados al matrimonio, que por lo tanto viene a ser como una especie de capitulación. Solo la observancia generalizada de este proceder puede asegurarle al género femenino en bloque la satisfacción de sus necesidades a través del matrimonio. De ahí que sea el propio género femenino el que vele por que se conserve dicho esprit de corps entre sus miembros; y que cualquier muchacha soltera que, por tener relaciones sexuales, traicione al conjunto de su género -cuyo bienestar se desmoronaría si se generalizase tal práctica-, sea inmediatamente execrada del mismo y cubierta de vergüenza; es decir, ésta habrá perdido su honor; ninguna mujer podrá acercársela, la opinión pública le retirará toda su estima, y se la evitará como la peste. Con la misma suerte corre la mujer adúltera por no haber sido fiel al marido en la capitulación acordada con él y haber alejado de ese modo a los hombres de una capitulación que, no obstante constituir la salvación de todo el género femenino, se vería reducida a objeto de mofa y escarnio si tal comportamiento se generalizase. A ello se añade que la mujer adúltera, debido a su burda falta de palabra y al engaño en que incurre, pierde también, junto con el honor sexual, el civil o privado; por lo que suele emplearse, de manera un tanto condescendiente, la expresión «una muchacha deshonrada», pero no se habla de una «señora deshonrada».
Al reconocer, de acuerdo con este claro razonamiento, que el esprit de corps es el principio fundamental del honor femenino -principio ciertamente necesario y beneficioso, pero también fruto del c+alculo y del interés-, se le podra atribuir al mismo una enorme importancia para el destino de la mujer, y por lo tanto un gran valor relativo; pero jamás le cabe uno absoluto, que trascienda a la vida misma, y que consiguientemente pudiera ser comprado al precio de ésta; no se justifican, pues, las acciones desmesuradas de un Virginio o de una Lucrecia*. Aquí, como sucede tan a menudo, se olvida totalmente el fin por estar pensando en los medios. En casos semejantes, el honor femenino es revestido de un valor absoluto, a pesar de que, más que ningún otro, lo posee relativo, e incluso convencional (Melita, Astarté de Babilonia, Heródoto); pues en aquellos países y épocas en que el concubinato era permitido por la ley, la concubina conservaba su honor; y ciertas condiciones sociales pueden hacer francamente inviables las formalidades del matrimonio. También las numerosas víctimas sangrientas que el honor femenino ha cobrado bajo la forma del infanticidio dan fe del origen no puramente natural del honor sexual femenino. Es cierto que una muchacha que contraviniendo la ley se pone precio a sí misma está traicionando la fidelidad que le adeuda al conjunto de su género; pero esta fidelidad se sigue presuponiendo en silencio, y no se pone en cuestión; y como por regla general la mayor parte del daño recae sobre la propia muchacha, ésta termina pecando más por insensata que por mala.
*[Virginio fue un centurión del siglo V a.C., que mató a su hija a puñaladas para evitar que fuera ultrajada por Apio Claudio; Lucrecia (de finales del siglo VIa.C.), prototipo de la mujer honesta, se dio muerte a sí misma con una daga en presencia de su padre y su marido, tras denunciar la violación de que había sido objeto por Sexto Tarquinio (N. del T.)] "
Arthur Schopenhauer, El arte de hacerse respetar - Expuesto en 14 máximas, Alianza Editorial, 2004
posted by Luís Miguel Dias domingo, abril 10, 2005