sexta-feira, dezembro 12, 2003
para os companheiros secretos
Los poemas póstumos, de Paul Celan.
No te extingas...
No te extingas del todo –como otros hicieron
antes que tú, antes que yo,
la casa, después de la lluvia de capullos,
después del
abrazo,
se amplía sobre nosotros,
mientras la piedra
crece firme,
un candelabro, grande y solo,
se inmerge también,
reconoce,
cuando la concha toda de pórfiro
se rompe, cómo
pulula lo oculto,
inevitable,
experimenta
dónde los ojos abiertos están ahora,
de mañana, al mediodía, de tarde, de noche.
Nadie, no olvides...
Nadie, no olvides, nadie
se laceraba escarbando por caminos
del corazón en tus tiernos adentros.
Hasta que una palabra salió de tu boca
reservada y resilenciada:
con ella, no lo olvides, vives tú,
de ella te crece la fuerza
de escucharme cuando te digo:
ven, yo te quiero,
yo no te quiero amar.
Heráldica de cicatrices...
Heráldica de cicatrices en lo oscuro, nosotros,
los descicatrizados, en medio,
con toda
la pompa irradiada de nuestro destino,
tú me cantas
pérdida, yo te
supero, yo te digo aquí
imperioso algo presabido,
así como una segunda
poderosa felicidad.
Canción báquica
¡Luz escapada de los sueños, fuego fatuo del amor, soles en el pantano nocturno!
¡Ebrios los vasos, ebrias las mesas, ebrios los bebedores delante!
En los pensamientos, en los sepultados, retornamos nosotros futuros–
¡Oh cómo me sabe bien lo que escanciasteis –me espuman aliento aún y resplandor!
¡La que a vosotros en el fondo de la niebla os da la voz –tomadla en los corazones, la luz!
¡Pero la claridad se cierne como una oscuridad –mirad, no nos ilumina!
Hermosa como una cabeza que sólo en el sueño es coronada, rueda ahora la tierra cercana:
¡El más fuerte entre vosotros, dioses, es el que ahora me puede ver sonreír!
Detrás de la calma...
Detrás de la calma del cerebro, en
el jardín
de cascajos,
se asienta el complaciente futuro,
se airean
rojos, redondos sombreros en el saludo,
delgados bastones se dan ánimo,
jovialmente
se embandera desde las ventanas,
también tú pasas, una clara
botella entre los hombros,
a veces, dos pulgadas de alto,
salta el corcho del habla lejos de ti,
con íntima
comprensión.
Il cor compunto
Agua de letrinas, de letrinas. Agua y mierda.
Volcado por
dedos danzantes del pie,
vueltos dúctiles por toda
la alfarera lascivia alrededor, por toda
su diligente
saliva y sudor:
todavía, todavía,
de nuevo y siempre
lo mismo –un cáliz–:
así va lo extasiado de mano en mano,
de mano en mano, de mano en mano.
¡Bebed, bocas, bebed!
¿A quién va dirigida la chispa desleída?
On the rocks sorbida, on the rocks.
Con ella va un rey, el hastío.
Él procura heces y heces.
La muerte
La muerte es una flor que florece una sola vez.
Pero cuando florece, florece sólo ella.
Florece cuando quiere, no florece en el tiempo.
Viene, una gran mariposa, que adorna tallos vacilantes.
Déjame ser un tallo tan fuerte que la alegre.
El dolor duerme...
El dolor duerme con las palabras, duerme, duerme.
Él duerme añadiéndose nombres, nombres.
Él se duerme hasta la muerte y hacia la vida.
Brota una semilla, sabes,
brota, brota
una semilla de noche en las olas, un pueblo
crece así, una estirpe
de dolor y de nombre: constante
y como desde siempre ahogada
y fiel: la no
existida, la mía
viva, la
tuya.
in El Cultural
posted by Luís Miguel Dias sexta-feira, dezembro 12, 2003