A montanha mágica

sexta-feira, outubro 03, 2003

ENTREVISTA


J. M. Coetzee

“No me interesan los escritores semejantes a mí. Tampoco mis contemporáneos”

J. M. Coetzee, uno de los pocos autores de culto a nivel mundial, es una apuesta segura por la mejor literatura. Eterno candidato al Nobel, nació en Suráfrica en 1940, se educó en Inglaterra, dio clases en Estados Unidos y ahora vive en Australia, aunque va a dar clases sobre Dostoievski en la Universidad de Chicago. Es el único escritor premiado dos veces con el Booker, el más prestigioso de los que se conceden en Reino Unido. Y odia las entrevistas y a los merodeadores de sí mismo y de su obra, caudalosa y llena de revelaciones. Ahora, en vísperas del lanzamiento en España de su última novela, Juventud, y de La edad de hierro (Mondadori), El Cultural publica la última entrevista concedida por el escritor hace apenas un mes, así como un fragmento de Juventud.
La única razón por la que Coetzee ha roto su silencio es su vinculación con la Universidad de Buffalo: allí no sólo dio clases a principios de los años 70, sino que participó en las manifestaciones anti-Vietnam, fue arrestado con otros 44 profesores y casi deportado de los Estados Unidos. Treinta años después, le han dedicado una semana de conferencias y exposiciones en torno a su obra como homenaje. Sólo por eso ha concedido esta entrevista a un periodista del Buffalo News, realizada por correo electrónico. Por que Coetzee rechaza cualquier tipo de entrevista, incluso a la hora de promocionar sus libros. En una ocasión, el periodista le hacía las preguntas y Coetzee contestaba, delante de él, por escrito y sin mediar palabra. En otra se negó a desvelar incluso lo que significaba la M. de su nombre. (Por cierto, es M. de Maxwell).

Dicen que es capaz de permanecer sentado junto a ti durante horas sin decir palabra. Hay colegas suyos que dicen que sólo le han oído reír una vez. Y no falta quien lo compara con Salinger por su carácter tan esquivo como enigmático.

Lo cierto es que la abundancia e inquietud de la imaginación de Coetzee son tan legendarias como su obra, con libros esenciales como Desgracia, Las vidas de los animales, Esperando a los bárbaros, Vida y época de Michael K. o Infancia. Aunque su escritura oscila ampliamente en cuanto a temática y clima, está toda ella marcada por una prosa transparente y dura como un diamante. Y a la vez que rechaza las polémicas de todo tipo, nunca da la espalda a los temas moralmente difíciles.

–¿Quedó desilusionado con los Estados Unidos?

–La razón de mi partida fue más prosaica. Tras mi arresto, mi situación legal como extranjero en Estados Unidos –y también la situación legal de mi esposa y mis hijos– se hizo sencillamente insostenible.

–Desde Las vidas de los animales, los derechos de los animales, la conciencia animal y la vida del espíritu aparecen en sus novelas. Primero, están las conferencias de Elizabeth Costello en Las vidas de los animales sobre los filósofos, los poetas y los animales, y en Desgracia David Lurie intenta enmendar su vida trabajando en un refugio para animales. ¿Es algo realmente nuevo en su pensamiento?

Nostalgia del Imperio

–He tenido estas preocupaciones muchos años. En ese sentido no son un acontecimiento nuevo. Pero no ocuparon un lugar destacado en mi escritura hasta hace poco.

–Usted empezó escribiendo en el New York Review of Books sobre escritores y temas que parecían muy comprometidos. Política surafricana, literatura británica. Pero luego empezaron a aparecer ensayos sobre escritores internacionales, como Musil y Naguib Mahfuz. ¿Se trata de su esfuerzo por entrar en un diálogo más amplio con la literatura mundial o el descubrimiento del NYRB de que usted puede asumir y absorber obras literarias completas?

–He sido un oyente de radio desde que tengo memoria (hablo ahora de música). Me gusta no saber qué vendrá a continuación, Mahler o melodías gitanas o Hildegarde von Bingen. Me gusta la aleatoriedad. Algo parecido pasa con el New York Review of Books. Me gusta ver todo lo nuevo que surge. No forma parte, desde luego, de un proyecto a gran escala.

–Comenzando probablemente con Skvorecky en 1996 y más recientemente con Italo Svevo, Joseph Roth, Paul Celan, Robert Musil, Sándor Marai, Robert Walser y Franz Kafka, usted centra su atención en los escritores de Europa occidental y central, o bien de entreguerras o anteriores a la guerra, testigos de la ruptura del Imperio Austrohúngaro. ¿Tiene la Europa de los Habsburgo alguna resonancia especial para usted?

–Supongo que, tras la publicación de Esperando a los bárbaros, me clasificaron como cierto tipo de escritor de fin de imperios, y por tanto me asignaron los libros del imperio de los Habsburgo. No llegué a hacer reseñas de Kafka y Rilke y la otra gente que usted nombra por vía académica, que es la más habitual. No soy un especialista en literatura alemana, aunque sepa algo de alemán. Pero tomando su pregunta en su sentido más amplio, creo que hoy día todos recordamos a los Habsburgo con cierta añoranza. ¿Cómo consiguieron mantener unido ese mosaico demencial de alemanes, eslavos, italianos, magiares, musulmanes, judíos, cristianos occidentales y cristianos orientales durante tanto tiempo, y en el proceso hacer tales contribuciones enormes en filosofía, ciencia y artes?

Trucos del aprendiz de artista

–Para enlazar esto con Juventud, su novela más reciente en forma de memorias, encontramos a su protagonista, John, cuando no se siente perdido o desgraciado, fortaleciendo su intelecto para grandes empresas como leerse obras enteras, como por ejemplo la de Ford Madox Ford. ¿Debemos interpretar que John desarrolla hábitos mentales –la absorción de obras completas de autores– que más tarde le serán muy útiles, y quizás a usted también?

–Bueno, John quiere ser artista, y como aprendiz de artista eso significa para él no sólo descubrir cómo escribir poemas sino también descubrir cómo viven los artistas, cómo consiguen poner tanto romance, pasión y emoción en sus vidas (al menos, eso se rumorea). Aparte de eso, yo no daría más importancia al hecho de, como usted dice, leerse la obra completa de un autor. Es cierto que muchas personas, cuando se interesan en un escritor o escritora en particular, leen todas las obras suyas que encuentran.

–De nuevo, pensando en Juventud, veo a John resistiéndose a la mentalidad provinciana de la cultura literaria inglesa en favor de las mayores corrientes de la cultura mundial: Brodsky, Zbigniew Herbert, Neruda, Dostoievski y Beckett, las películas de Antonioni, Bergman, la pintura de Motherwell, la música de Bach. ¿Su decepción con Inglaterra le abre las puertas del resto del mundo?

–No funciona exactamente así. A pesar de su educación colonial, cuando llega a Inglaterra descubre que sus intereses son más amplios y más modernos que los que reinan en esa pequeña isla cerrada. Pero la Inglaterra de principios de la década de 1960 ya estaba empezando a tender la mano sin descanso al gran mundo.

Sufrimiento innecesario

–Por lo que he leído del libro, a pesar del sufrimiento de John, la década de los 60 en Londres parece ser una época fértil, cuando está absorbiendo cultura como una esponja, quizás incluso gracias al sufrimiento. ¿Voy bien encaminado?

– Sí, ciertamente, aunque dudo que el sufrimiento deba recomendarse como el marco mental adecuado para absorber cultura.

–Naipaul le resulta interesante: usted hizo la reseña de Media vida para el New York Review of Books en 2001. Como usted, él vino de las provincias a Inglaterra, pero parece haber tenido un camino más fácil para adaptarse. ¿Cree que usted y Naipaul son reflejo el uno del otro, como escritores que comparten algo más que los rasgos genéricos de sus situaciones respectivas: que ambos vinieron desde reductos del Imperio Británico para encontrar sus voces?

–Es un error generalizado, si me perdona el decirlo, pensar que los escritores están más interesados en escritores semejantes a ellos, o incluso pensar que los escritores están muy interesados en sus contemporáneos. Mi interés por Naipaul no es muy profundo, y estoy seguro de que lo mismo cabe decir de él respecto de mí. En cuanto a Inglaterra, permanecí allí sólo durante unos años y jamás he pensado en volver, mientras que Naipaul eligió establecerse. Poblador es una palabra llena de significado en la política poscolonial, y el establecimiento de Naipaul y su adaptación a la Madre Patria (Squire Naipaul, Sir Vidia Naipaul, etc.) es un acto de cuyo peso histórico él es consciente.

–Creo que a partir del año 2004 el premio Booker estará abierto a los escritores estadounidenses y a los de la Commonwealth. ¿Qué le parece?

–Si lo que dice es cierto, estaría encantado. La razón para excluir a los escritores estadounidenses ha tenido más que ver con la estructura de la industria editorial, con la división del mundo de habla inglesa en dos “territorios”, uno con Londres por capital, el otro con Nueva York, que con cuestiones de principio.

SHECHNER, Mark, in www.elcultural.es

posted by Luís Miguel Dias sexta-feira, outubro 03, 2003

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